domingo, 1 de diciembre de 2013

Más tiempo

Escuché una vez una historia que, de no permitirme creer tanto en la fantasía, me habría resultado completamente inverosímil. Afortunadamente, uno de los pilares de mi vida ha sido llevar siempre la imaginación a sus últimas consecuencias, magníficas, algunas veces, insoportables, otras tantas.
La historia hablaba de un señor que una vez deseó, ante un genio recién liberado de un encierro milenario en una lámpara maravillosa, tener la cabeza de naranja, entre otras cosas. Qué manera de arruinar tu vida, pensé, pero me pregunté después si desear tener todo el dinero del mundo o a la mujer más hermosa que jamás haya existido (deseos, de acuerdo con la historia, también pedidos por el señor con la cabeza de naranja) no serían también grandes maneras de arruinar la vida. ¿Qué hay de malo con tener sólo una cantidad limitada —apropiada— de dinero? ¿Qué hay de malo en una mujer que pudiera resultar menos atractiva que alguien más, si a ti te gusta? ¿Qué hay de malo en tener una enorme, rotunda y contundente cabeza de naranja?
Es cierto, tener una cabeza de naranja si ha de estar jodido. Por eso le pregunté a un amigo qué le pediría al mismo genio. Tenía pensada cualquier respuesta menos la que me dio; más memoria, más habilidades, más encanto, más carisma, más labia, más capacidad, más de cualquier atributo interior que en cualquier momento pudiera haber considerado insuficiente. Él miró hacia afuera y, tras pensarlo un momento, sólo pidió más tiempo.
En esencia, manifestó su gusto por vivir.
¿Qué manifiesta quien pide una cabeza de naranja? Quizás un desatinado encanto por lo absurdo.

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