lunes, 16 de noviembre de 2015

A diez manos

Es un día diez de enero. La noche cuya mañana amenaza con un sol nuevo baja su temperatura: algo prepara.
Sentadas sobre una banca de coyoacán, las tres reinas de la magia aparecen disfrazadas de deseos. Un poco tarde, pero es que vienen desde Brasil.
Aparece entonces, como por magia, un futbol colectivo no visto antes. Del morado al naranja, Dirk, la "medusa", le sugiere a Bord, el "chapulin lumínico", pintar la noche de blanco. El acuerdo es inmediato. Es hora de navegar.
Entender el lugar --no al que han llegado-- del que han salido.
Su origen, conjunto, se define esa noche. Un equipo de sueños y realidades. Una misión que sonríe con simpatía: simple por su profundidad.
Bord suelta un pase: "Están allá".
Dirk recibe: "¿Vamos?".
Bord tiene que decidir.
Por primera vez se sabe y se entiende dueño de su destino. Un momento para construir.
Recuerdan una película, y piensan ambos en Cantoná diciendo: "Say no!".
Pero esta noche exige un sí.
Bord comanda por fin: "Vamos".
Un libro rojo permite, una semana atrás, entender el camino de la revolución que ocurre en el corazón. Del ejemplo que no hay que seguir. Del truco de no leer tanto. De la práctica de inventar.
Permite hacer magia.
Por eso Bord manda la pelota al área.
Cinco miradas se encuentran.
Es momento de chutar a gol.
"¿Disculpa?", pregunta Dirk a cualquiera de ellas, "¿sabes de algún chocolate bueno por aquí?". Hay que tomar algo, desde luego.
Contesta una que sí. Mira a los ojos. Profundidad que ofrece la antípoda de cercanía y distancia al mismo tiempo. Vista no vista antes. Imaginación hecha realidad.
Con esa mirada interviene en el juego direcamente; después de todo, vienen desde Brasil. Futbol en la sangre.
Se integra al plan de inmediato: "No somos de aquí". No es a ellas a quienes hay que anotar. Es a la vida, y de inmediato se unen al equipo.
La noche inicia, se desarrolla, se enreda, se desenvuelve y termina. Todo transcurre como nunca antes.
Esa noche se juega a diez manos.
¿Qué mas da quién pueda ver? Las miradas dan hacia adentro, hacia la fantasía de construir un espectáculo que, aunque no dé para repetirse, quedará para siempre almacenado en la memoria.
Contacto divino de lo que no vuelve a ocurrir. Trazos inimaginables asentados por siempre en la memoria.
Contacto efímero de cruces que se convierten en encuentros, suspendidos en el tiempo, que siempre pasa. Siempre pasa.
Amanece como ayer, pero con el contacto divino que permite imaginar que es sólo un comienzo. Qué sigue es tan irrelevante como por qué.
¿Cómo? Solo la fortuna puede decir.
Hay más. No por ahora, claro. Pero siempre hay más.